10 mayo, 2012

Hora de ponerse seria.



 Estoy harta de hacer llamadas de urgencia y que nadie las escuche. Pocas personas leerán lo que aquí escribo, y no espero que esta sea una excepción. 
 Pero tengo que hablar, tengo que gritar hasta donde mi voz llegue lo que pienso. 
 El Gobierno nos tima, privatiza todo lo que está a su alcance, presta su ayuda a gente que no la necesita y se la quita a los que sí la necesitamos. Y esto no es nuevo, esto es algo que lleva largo tiempo quemándonos el culo. Los de arriba nos controlan a su antojo, como si fuéramos sus puñeteras marionetas, nos insultan en nuestras caras Y NO HACEMOS NADA.
 ¿Acaso pretendemos quedarnos de brazos cruzados mientras personas que ni siquiera conocemos se burlan de nosotros en sus grandes casas, con sus desorbitados sueldos y su patética visión del mundo?
 Somos el pueblo, tenemos el poder de decidir quién nos representa, pero no tenemos el poder de decidir cómo queremos que nos represente. ¿Democracia? Yo hace mucho que la perdí de vista. Prefiero llamarla "Idiocracia", sí, el poder está en los idiotas. Idiotas que no han sufrido un fin de mes en su vida, idiotas que creen que entienden cómo se siente el pueblo, idiotas que piensan que por llevar traje son más inteligentes. 
 ¿De verdad pensáis que esa gente, esa escoria que está llevando el país y el mundo a la mierda, son como vosotros? ¡NO! Esos primates se guían por el olor del dinero, por el olor del poder, y son capaces de estafar a aquellos que confiaron en ellos y de mentir con sonrisas tranquilizadoras. 
 PUEBLO, SOMOS EL PODER. Es hora de que esos simios mono-neuronales sepan qué es lo que pensamos. Y no hablo de manifestaciones, ni de huelgas, ni de cartas al Ministerio. Hablo de REVOLUCIÓN, de mandamases acojonados mientras se refugian en sus casas, de ricachones estafadores muertos de miedo por lo que el pueblo pueda hacer. 
 Maltratan nuestro país, atentan contra él con sus  privatizaciones, sus recortes y sus burlas hacia nosotros. Parece que aún no somos conscientes de que NOSOTROS somos los que GOBERNAMOS en realidad, de que tenemos el poder absoluto.
 REVOLUCIÓN, pueblo, no podemos consentir que las cosas que están pasando vayan más allá. No podemos vivir sin ningún hospital público, sin ninguna escuela pública, sin algún banco que verdaderamente ayude a sus clientes. No podemos seguir así. 




                           SOMOS LOBOS, NO OVEJAS.





03 mayo, 2012









 1872 fue una época dura, pero ella no se quejaba, no. Le gustaba la vida que había llevado desde que era pequeña: sólo jugar, ayudar a su madre en casa y esperar a que su padre entrase todas las noches a su habitación para arroparla y desearle buenas noches con un beso en la frente.
 Pero ella no podía esperar que una noche, la del 24 de marzo de ese mismo año, el día en el que su padre salía todos los años con sus amigos para celebrar una fiesta que ella no había entendido nunca, cuando ella tenía 16 años, su padre llegase ebrio a casa. Más ebrio que nunca. Serían las tres de la madrugada aproximadamente cuando el padre de la muchacha entró silenciosamente en su habitación y se metió bajo las sábanas junto a ella. Apestaba a alcohol y tabaco, producía arcadas a la joven, pero ella, por miedo, no abrió la boca. Poco a poco, notaba cómo su padre colaba la mano dentro del camisón que la muchacha usaba para dormir. Ella continuó en silencio, no sabía dónde quería llegar a parar su padre, pero tenía un mal presentimiento. El hombre subió la mano hasta la cintura de la joven, donde la dejó descansar unos segundos antes de continuar su recorrido. Paseó los dedos por su abdomen mientras susurraba cosas lascivas para si mismo. Tras muy poca demora, su padre llegó a los senos de la joven, que aún no estaban del todo desarrollados, y comenzó a manosearlos con dureza, apretándolos mientras profería gruñidos animales que la asustaban. El borracho tomó a su hija por la cintura y la acercó más hacia él, haciendo que la joven notase un bulto duro y firme en la parte trasera de su cuerpo. Los ojos se le llenaban de lágrimas, y soltaba una silenciosamente cada vez que su padre tocaba alguna parte de su cuerpo que ella consideraba prohibida.

 -Padre, no lo haga... -Se atrevió a decir; ya sabía lo que su padre se proponía.
 -Conque estás despierta a estas horas, pequeña. -Su padre se carcajeó cuando la muchacha lo miró a los ojos con miedo, tenía la cara roja y en sus ojos brillaba la más pura lujuria.
 -Padre, por favor -ella sabía que las súplicas no valían con su padre, y menos en estado de embriaguez.
 -Vas a recibir un castigo por ser tan desobediente, señorita.

 Dicho esto, el hombre se levantó de la cama y le quitó el camisón a su hija como si de un animal se tratase. La joven ya dejaba caer las lágrimas a plomo a la vez que susurraba súplicas a su padre en vano. Ahora estaba desnuda, tan solo cubierta por unas bragas de algodón que su madre le había comprado en el mercado. Instintivamente, se llevó las manos al pecho para taparse de la mirada obscena de su padre. El fuerte hombre, llevado por la lujuria, se abalanzó sobre su hija y le retiró los brazos de su posición, pegándolos a su costado. Tras esto, usó el camisón de la muchacha como mordaza para ésta, no quería que nadie en la casa se enterase de lo que estaba sucediendo en la habitación. Le quitó la única prenda que le quedaba.
 Vio cómo su padre se desabrochaba el botón del elegante pantalón que portaba, cómo se quitaba los zapatos y la camisa.
 A menudo ella había pensado en su padre como un hombre atractivo, entendía por qué su madre se había enamorado de él a primera vista; pero ahora sólo podía contemplar con ojos aterrados a aquel hombre rubio de tez blanquecina y ojos negros como la noche, temiendo lo que sucediera a continuación.
 El hombre subió de nuevo a la cama y se colocó sobre la muchacha, comenzó a pasar la lengua por todas las partes del cuerpo agarrotado de la joven: los pechos, las piernas, el cuello, la cara y, finalmente, la entrepierna. Ahogó un grito aterrado cuando el hombre hundió la lengua en su sexo, no podía evitar llorar. Tras unos segundos ahí abajo, el ebrio hombre no pudo más y, a la vez que hundía su miembro en ella, la miraba a los ojos con una mirada lujuriosa y obscena.

 -¿Vas a volver a desobedecer? -Preguntaba el borracho.

 La joven lloraba, no podía pronunciar ninguna palabra, la mordaza y la brutalidad de su padre la amedrentaban tanto que tan sólo podía centrarse en no desmayarse. Quería morir, quería gritarle a aquel hombre que ya no era su padre, que la soltara. Tan solo deseaba desaparecer.

 -Esto va a gustarte, pequeña. Verás que, cuando lleguemos al final, querrás gritar de placer.

 No sentía placer alguno, sólo terror. Aquel hombre la manoseaba, lamía su piel, le apartaba el pelo de la cara.
 Finalmente, tras unos minutos que a ella le parecieron siglos, sintió cómo un líquido espeso y caliente inundaba su interior. El hombre rubio agarró los senos de la joven, apretándolos tanto que le hacía daño, justo en aquel momento.
 Tras esto, el borracho salió de la muchacha, le quitó el camisón de la boca y le dio un asqueroso beso en el que ella pudo sentir la lengua alcoholizada de aquel hombre.

 -No vuelvas a desobedecer a tus padres, señorita. La próxima vez recibirás un castigo peor -aseguraba mientras se volvía a vestir.

 El hombre se marchó de la habitación, dejando a la joven desnuda y con sangre entre las piernas.
 Quería morir.

23 abril, 2012

De miedos va la cosa.





 Como comienzo esta vez, diré que estoy un poco harta del miedo.
 La gente tiene miedo, ¡por supuesto! Pero ¿qué sería de nosotros si no tuviéramos límites? El miedo nos limita, nos oprime. Realmente no es algo que nos resulte satisfactorio, pero, hey, es algo que tenemos dentro de nosotros.
 ¿Quién sabe por qué tememos? ¿Acaso somos conscientes, en nuestra mente, de que hay algo que nos puede dañar?
 El miedo es irracional, agobiante, incluso asfixiante en ocasiones. Pero también nos ayuda. Podemos convertir a un gran enemigo como el miedo en un gran aliado. La adrenalina nos nubla el conocimiento en momentos de tensión. No sabemos si es mejor atacar o no hacerlo. ¿Podemos morir si lo hacemos? No importa, la adrenalina, la esperanza de la gloria nos empuja a atacar, a demostrar que somos mejores. Y es entonces cuando el miedo nos detiene. Podemos ganar, sí, pero también podemos perder. Y perder sería horrible.
 No es el miedo a la muerte lo que nos asusta, es el miedo al fracaso, al olvido, a no significar nada.
 Tememos morir porque nos asusta que nadie nos recuerde. Odiamos la idea de que, tras una larga vida en la que nos hemos esforzado al máximo, nadie reconozca nuestra cara en una foto más allá de nuestra casa.
 Horrible, ¿no es así?
 La sangre nos asusta, nos marea incluso verla. Pero ¿por qué? Ver sangre significa, en muchas ocasiones, que la vida se nos escapa de las manos, que el alma está abandonando nuestro cuerpo a su suerte. Tememos a los asesinos, a los delincuentes en general, a las enfermedades, incluso a las máquinas.
 ¿Veis a lo que me refiero? Todo eso nos lleva al punto de partida: la muerte.
 Si la muerte es plácida, dulce y confortable, ¿por qué deseamos huir de ella?

 Pensar en ello hace que mi rostro se ilumine con una sonrisa torcida. ¿Es que no lo veis? Mucha de la gente que conocemos día a día estaría mejor muerta. Su familia sería el único grupo de personas que los recordarían con cariño. A veces creo que puedo comprender a gente como Charles Manson, ya lo creo. ¿Qué problema hay en terminar con algo que estaba podrido desde el principio? Algo que no ha hecho más que dar problemas, algo que, en términos metafóricos, ya está muerto.




 Lo dejo en vuestras manos. Si deseáis ser amigos del miedo, más os vale ser sus mejores amigos.




                   

16 abril, 2012

Continuemos.

 





Hoy iba a comenzar hablando del dinero, de lo dañino que nos resulta a mucho y lo beneficioso que es para otros. 
 Pero no lo voy a hacer, no me siento atraída en nada respecto a eso. 
 El dinero es sólo un número con un valor demasiado alto. No podemos vivir sin dinero, está claro, pero no es lo más importante. No debería serlo. Tan solo es otra forma de tomarnos el pelo. 
 ¿Qué hay de la valentía? ¿Dónde ha quedado la familia? Y no nos olvidemos de otras cuestiones mucho más importantes que los billetes: el amor, el humor, el miedo... 
 Para mí no es más importante una moneda que sentirme apreciada allá a donde vaya. No es más importante un papel sobrestimado que escuchar un "te quiero" todos los días. No, para mí no lo es. Y la gente no debería despreciar a su familia por dinero, las personas somos mucho más que eso. Amamos, odiamos, tememos... Pero no por dinero, no debería ser así.

 Pero yo no iba a hablar del dinero, no quería, y sigo sin querer. 
 Quería comenzar un cuento, una fábula, una historia sobre una pequeña niña que perdió la cordura el día que fue a casa de su abuelita y, en su puesto, encontró al temible lobo feroz. 
 No, no es la historia de Caperucita. 
 Es la historia de esta niña, que no pudo soportar cómo su familia decrecía por culpa de un maldito lobo. El lobo que estaba acechando a su abuelita desde hacía tantos años, la niña no pudo creer que, al fin y al cabo, el maldito animal se la había llevado. Muchos sustos les había dado su abuelita, a ella y a su familia, por culpa del lobo, pero nunca la conseguía. 
 Y, al fin, tras tres años de angustias, el lobo llamado Cáncer se llevó a la abuelita de la niña en el medio de una fría y oscura habitación de hospital. Al lado de su abuelita estaban los padres de nuestra protagonista, también las hermanas de la abuela. Pero no la niña, y tampoco la hija de la fallecida. La niña, nuestra niña, no tuvo tiempo ni siquiera de decirle adiós a su abuelita, no pudo tomar su mano mientras su alma marchaba del cuerpo. Y no porque no quisiera. Un malvado ogro las había secuestrado a ella y a su tía, y las había llevado muy, muy lejos. Tardaron horas en regresar al hospital, y para entonces la querida abuelita ya no estaba allí para verlas.
 Así que, casi dos años después, esta niñita ha crecido, y ya piensa como una mujer. De modo que, estés donde estés, siento no haber estado allí, abuela, pero quiero decirte que ni siquiera un malvado ogro logró que no te viera y que no te diera mi último adiós. 
 


02 marzo, 2012

Atento.

 En fin. Que quién me dice a mí que mañana voy a estar aquí sentada, viendo cómo tus ojos se marchitan, en vez de envuelta en una sábana de hospital. 
 Exacto. ¿Estaré aquí mañana? ¿Estaré viva mañana? ¿Quién morirá durante este día tan largo? La verdad, eso a poca gente le importa. Quién vive y quién muere es algo que los católicos ordenan a Dios que decida; algo que pocas personas creen que pueden decidir. La verdad, no los culpo. El mundo está lleno de chusma, de gente sin escrúpulos que sacrificaría a su propio hijo por conseguir la salvación, de personas analfabetas que se tragan todo lo que los trajeados les cuentan, de idiotas que se juegan la vida con cada gramo de cocaína y con cada botella de vodka. 
 ¿Quién soy yo para juzgar, verdad? Bueno, no soy juez, ni soy alguien con una gran relevancia en el mundo. Sólo soy una persona más; una persona que está cansada de ver cómo el mundo, cómo las personas, se está dañando a sí mismo. Alguien que está cansado de intentar olvidar cosas horribles.
 Morid aquellos que lo deseéis, pero no malgastéis vuestro tiempo llamando la atención de los que deseamos continuar, con o sin vosotros.
                     Carpe diem, ¿no? 



 
 

21 febrero, 2012

Thank you, little bitch!

¿Acaso piensas que puedes alcanzarme? Estás perdido, chico. No sabes con quién estás tratando. No, no voy a contarte mi historia, de eso se encargarán mis pequeños. Comencemos, cielo. 

08 febrero, 2012

Quinn.

Uno: Betty.


  -No, por favor. No.


  Se le pasaban por la cabeza muchas cosas mientras observaba el cuerpo suplicante de aquella pobre chica que había tenido la mala suerte de toparse con ella esa noche.
  Por ejemplo, pensó en cómo había llegado a esta situación. No porque le molestara, al contrario. Le encantaba sentir el poder, la responsabilidad, de saber que la vida de una persona -si es que merecía ser llamada así- dependía de ella.
  Pero inevitablemente siempre acababa reviviendo en tercera persona aquel día. Aquel maldito día, cuando ese  tipo mugriento y sus "sicarios" habían destrozado el cráneo de su padre con un bate de béisbol. Ella, escondida en el armario de la despensa, lo había visto todo con creciente temor: su padre tirado sin vida en la moqueta llena de sangre mientras su madre pronunciaba gritos aterradores, desgarrados, causados por esos hombres que no hacían más que mancillarla una y otra vez. Ella pudo ver una última mirada de su madre cuando ésta llevó la vista disimuladamente hacia la despensa. También vio su último "te quiero" antes de que el animal que la torturaba clavase su cuchillo en el pecho de su madre, de la mujer que ella más quería en el mundo.
  A partir de ese momento, ella dejó atrás su infancia, su inocencia, y se convirtió en lo que era hoy en día: una "mala persona", como diría su madre.
  Pero su madre estaba muerta, no volvería jamás. Tan muerta como iba a estarlo la chica que tenía delante.
  Dios, cómo le gustaba aquello.
  Extrajo de su bolsa negra un cuchillo fino, parecido a un bisturí, y poco a poco se acercó a la camilla de metal donde había tumbado a la chica, que ahora se encontraba en su escasa ropa interior y con el maquillaje corrido a causa de las lágrimas.
  Disfrutando del momento, comenzó a pasearse en círculos alrededor de la pobre muchacha, con el dedo índice posándose en la punta afilada del cuchillo al tiempo que tarareaba  una melodía inventada por ella misma.


  - ¿Por qué haces esto? -La chica lloraba. Olía a sudor y a miedo.
  - La pregunta es... ¿Por qué no lo haces tú? O, bueno, por qué no lo hiciste cuando tuviste la oportunidad de vivir y hacerlo.
  - ¿Vas a matarme? -La joven, morena y estúpida, abrió tanto los ojos que daba la sensación de que iban a explotar.
  - Si a estas alturas todavía no sabes eso es que eres más idiota de lo que pensaba. -La chica rompió de nuevo en llanto.- ¡Pero no llores! Todavía no voy a matarte. Antes quiero conocerte. Y que me conozcas, por supuesto. -Ella sonrió. Una sonrisa perfecta, bonita, pero teñida de crueldad y sadismo.
  - ¿Quién eres?
  - No, no, no. Las preguntas las hago yo, ¿de acuerdo? -La muchacha no respondía, sólo lloraba lastimeramente. Ella se cansó de esperar y colocó la hoja en la garganta de la joven.- ¿Está de acuerdo, querida? Las preguntas las hago yo, ¿no? -Siempre con una sonrisa en la cara, se sintió mejor cuando la joven asintió.- Bien, empecemos por lo básico: ¿tu nombre?
  - Bethany.
  - Bethany suena a nombre de abuelita, así que te llamaré Betty. Bien, Betty, cuéntame, ¿cuánto años tienes?
  - Viente. Joder, soy muy joven, ¡no puedes matarme!
  - ¡Eh! ¿Quién ha dicho que puedes hablar más de lo que te he preguntado? A callar, niña tonta. -Recuperó la sonrisa.- Bien, ¿por dónde íbamos? Ah sí, me estabas contando qué tal te llevas con tus padres. ¿Crees que ellos se pondrán tristes si mueres? -Preguntó haciendo pucheros.
  - Mis padres me quieren. Ellos... Ellos no podrían vivir sin mí. Y se pondrán tristes. -Betty emprendió de nuevo su llanto.- No me mates, por favor... Les quiero.
  - ¿Sabes una cosa, Betty? Voy a contarte mi historia para que tengas por lo menos una amiga antes de morir. -Sonrió. Después de todo, le estaba haciendo un favor.- Verás, cuando yo tenía sólo ocho años, entraron a mi casa unos señores muy malos que mataron a mi padre y violaron a mi madre antes de acabar con su vida. Yo conseguí sobrevivir gracias a mi padre, que me escondió en el armario. Por desgracia lo vi todo, y desde entonces tengo ganas de matar. -Profirió una risita infantil, pero que aun así confirió miedo a la joven muchacha de tez morena.- Pienso que la vieja bruja del Orfanato podría haberse ahorrado eso de las visitas de futuros padres en busca de niñitas que criar. -Se encogió de hombros.- Menos mal que me escapé de ahí con quince años.
  - ¿Por qué quieres matarme? -Suplicó la chica, Betty.
  - No me interrumpas -ella clavó su cuchillo en la mano derecha de la chica. Así aprendería a no desobedecerla. Escuchó con ganas el grito de la joven, al que siguieron más lágrimas y un creciente charco de sangre en el suelo y la mesita metálica en la que había postrado a Betty-. Continuando con la historia, con quince años me escapé de aquel infierno y conocí a alguien. Un chico, Harvey, muy guapo. Creo que estuve saliendo con él unos meses; pero me dejó por una tal... ¿Jessica? ¿O era Jennifer? Da igual. La cuestión es que Harvey fue mi primer amor y mi primer cadáver. ¿No es bonito? -Lanzó a Betty una mirada con brillo casi romántico, pero había algo en esos ojos que haría estremecerse hasta al mismísimo Diablo.- Claro que fue algo muy sucio, aquel asunto. Demasiada sangre, ya sabes. -De nuevo, miró a Betty y le sonrió.- Tranquila, tú no ensuciarás tanto, he aprendido con los años, ¿sabes? -Otra risita.- Volvamos a Harvey. ¿Quieres saber qué le hice? -La pobre Betty tan sólo asintió, temerosa de la reacción que una negativa pudiese crear en su secuestradora.- ¡Bien! Me gustas, Betty. Si yo no fuera así y tú no estuvieses ahí tirada como un animal, podríamos llegado a ser amigas. -Sonrió.- Oh, lo siento. Me estoy desviando del tema; querías saber cómo acabé con mi querido Harvey. Verás, bonita Betty, lo que hice al principio fue exactamente esto: con este mismo cuchillo, fui haciéndole cortes. Así -decía mientras hundía la hoja fría en el abdomen de la muchacha. Se detuvo un momento para deleitarse con los aullidos de la chica-; luego subí un poco más, hasta el cuello, y le hice una pequeña incisión en este hueco en la garganta. Justo aquí -hincó el cuchillo, Betty llenaba la sala con terribles gritos de dolor y miedo; sabía que iba a morir, que su hora había llegado, pero no quería que esa psicópata acabase con ella. No quería irse de este mundo- y entonces llegué a su cara, a su preciosa y perfecta cara y... La estropeé.


  De pronto, ella pudo ver cómo Betty notaba el acero enterrándose en su mejilla, lacerando la carne. Pudo regocijarse en los chillidos de dolor de Betty. Pudo recrearse en el miedo de Betty, que emanaba de todos los poros de su piel, y en el color escarlata de su sangre, que adornaba la bonita cara que tenía la jovencita Betty.
  Cuando hubo terminado con la pobre chica, se quedó a contemplar su obra unos minutos antes de recogerlo todo. Un auténtico espectáculo de sangre. Sonrió como sólo ella sabía hacerlo: tan perfecta que cualquier persona diría que era de extrema felicidad, pero que haría que quién la conociese de verdad estuviese aterrado. 
  El monstruo había despertado de su letargo.


  - En breves va a haber una epidemia de muertes, Betty, agradéceme no haberte dejado ver el programa. -Dio media vuelta y, antes de irse, miró al cuerpo fláccido y sin vida de Betty.- Por cierto, me llamo Quinn, tengo 22 años y acabo de matarte.