16 abril, 2012

Continuemos.

 





Hoy iba a comenzar hablando del dinero, de lo dañino que nos resulta a mucho y lo beneficioso que es para otros. 
 Pero no lo voy a hacer, no me siento atraída en nada respecto a eso. 
 El dinero es sólo un número con un valor demasiado alto. No podemos vivir sin dinero, está claro, pero no es lo más importante. No debería serlo. Tan solo es otra forma de tomarnos el pelo. 
 ¿Qué hay de la valentía? ¿Dónde ha quedado la familia? Y no nos olvidemos de otras cuestiones mucho más importantes que los billetes: el amor, el humor, el miedo... 
 Para mí no es más importante una moneda que sentirme apreciada allá a donde vaya. No es más importante un papel sobrestimado que escuchar un "te quiero" todos los días. No, para mí no lo es. Y la gente no debería despreciar a su familia por dinero, las personas somos mucho más que eso. Amamos, odiamos, tememos... Pero no por dinero, no debería ser así.

 Pero yo no iba a hablar del dinero, no quería, y sigo sin querer. 
 Quería comenzar un cuento, una fábula, una historia sobre una pequeña niña que perdió la cordura el día que fue a casa de su abuelita y, en su puesto, encontró al temible lobo feroz. 
 No, no es la historia de Caperucita. 
 Es la historia de esta niña, que no pudo soportar cómo su familia decrecía por culpa de un maldito lobo. El lobo que estaba acechando a su abuelita desde hacía tantos años, la niña no pudo creer que, al fin y al cabo, el maldito animal se la había llevado. Muchos sustos les había dado su abuelita, a ella y a su familia, por culpa del lobo, pero nunca la conseguía. 
 Y, al fin, tras tres años de angustias, el lobo llamado Cáncer se llevó a la abuelita de la niña en el medio de una fría y oscura habitación de hospital. Al lado de su abuelita estaban los padres de nuestra protagonista, también las hermanas de la abuela. Pero no la niña, y tampoco la hija de la fallecida. La niña, nuestra niña, no tuvo tiempo ni siquiera de decirle adiós a su abuelita, no pudo tomar su mano mientras su alma marchaba del cuerpo. Y no porque no quisiera. Un malvado ogro las había secuestrado a ella y a su tía, y las había llevado muy, muy lejos. Tardaron horas en regresar al hospital, y para entonces la querida abuelita ya no estaba allí para verlas.
 Así que, casi dos años después, esta niñita ha crecido, y ya piensa como una mujer. De modo que, estés donde estés, siento no haber estado allí, abuela, pero quiero decirte que ni siquiera un malvado ogro logró que no te viera y que no te diera mi último adiós. 
 


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