30 diciembre, 2011

Pues claro.

Tiene gracia, ¿a que sí?
Aunque en realidad no me estoy riendo. Bah, no importa. Lo que importa aquí es que tú seas feliz, tengas una buena Navidad y un feliz Año Nuevo.
"¿Y yo?", dice la vocecita en mi cabeza.
"Tú calla. Nadie ha dicho que es tu turno para hablar."
"Pero...", dice. "A callar", insisto. A veces es tan pesada. A veces me resulta tan duro no hacerle caso.
Pero, si le hiciera caso, ¿quién sabes lo que podría estar pasando ahora?
Podría estar apretando el gatillo de mi querida Magnum 357 delante de la cabeza de algún ser indeseable. O podría estar acostada en una cama, junto a alguien especial, que me dijese cuánto me quiere. También podría estar lejos de casa; lejos, muy lejos. Y nadie sabría dónde estoy. Sola, con el cielo como límite. Por supuesto que también podría estar postrada en la camilla de algún hospital lejano, rezando por vez primera en toda mi vida para que algo me salve de un destino terrible.
Todo eso podría haber pasado si le dejase hablar, si le dejase convercerme. Pero ya no, ya he terminado de hacerle caso a esa voz tan bonita que me insta a conseguir cosas que, de otra manera, ni siquiera me habría atrevido a imaginar.
Así que, de ningún modo me escaparé. De ninguna manera acabaré con la monotonía, con la rutina. Porque ahí, entre lo más gris del mundo, entre lo oscuro y lo tétrico, estás tú.
Tú que me iluminas, tú que me quieres y me amas.
Tú me salvas.