03 mayo, 2012









 1872 fue una época dura, pero ella no se quejaba, no. Le gustaba la vida que había llevado desde que era pequeña: sólo jugar, ayudar a su madre en casa y esperar a que su padre entrase todas las noches a su habitación para arroparla y desearle buenas noches con un beso en la frente.
 Pero ella no podía esperar que una noche, la del 24 de marzo de ese mismo año, el día en el que su padre salía todos los años con sus amigos para celebrar una fiesta que ella no había entendido nunca, cuando ella tenía 16 años, su padre llegase ebrio a casa. Más ebrio que nunca. Serían las tres de la madrugada aproximadamente cuando el padre de la muchacha entró silenciosamente en su habitación y se metió bajo las sábanas junto a ella. Apestaba a alcohol y tabaco, producía arcadas a la joven, pero ella, por miedo, no abrió la boca. Poco a poco, notaba cómo su padre colaba la mano dentro del camisón que la muchacha usaba para dormir. Ella continuó en silencio, no sabía dónde quería llegar a parar su padre, pero tenía un mal presentimiento. El hombre subió la mano hasta la cintura de la joven, donde la dejó descansar unos segundos antes de continuar su recorrido. Paseó los dedos por su abdomen mientras susurraba cosas lascivas para si mismo. Tras muy poca demora, su padre llegó a los senos de la joven, que aún no estaban del todo desarrollados, y comenzó a manosearlos con dureza, apretándolos mientras profería gruñidos animales que la asustaban. El borracho tomó a su hija por la cintura y la acercó más hacia él, haciendo que la joven notase un bulto duro y firme en la parte trasera de su cuerpo. Los ojos se le llenaban de lágrimas, y soltaba una silenciosamente cada vez que su padre tocaba alguna parte de su cuerpo que ella consideraba prohibida.

 -Padre, no lo haga... -Se atrevió a decir; ya sabía lo que su padre se proponía.
 -Conque estás despierta a estas horas, pequeña. -Su padre se carcajeó cuando la muchacha lo miró a los ojos con miedo, tenía la cara roja y en sus ojos brillaba la más pura lujuria.
 -Padre, por favor -ella sabía que las súplicas no valían con su padre, y menos en estado de embriaguez.
 -Vas a recibir un castigo por ser tan desobediente, señorita.

 Dicho esto, el hombre se levantó de la cama y le quitó el camisón a su hija como si de un animal se tratase. La joven ya dejaba caer las lágrimas a plomo a la vez que susurraba súplicas a su padre en vano. Ahora estaba desnuda, tan solo cubierta por unas bragas de algodón que su madre le había comprado en el mercado. Instintivamente, se llevó las manos al pecho para taparse de la mirada obscena de su padre. El fuerte hombre, llevado por la lujuria, se abalanzó sobre su hija y le retiró los brazos de su posición, pegándolos a su costado. Tras esto, usó el camisón de la muchacha como mordaza para ésta, no quería que nadie en la casa se enterase de lo que estaba sucediendo en la habitación. Le quitó la única prenda que le quedaba.
 Vio cómo su padre se desabrochaba el botón del elegante pantalón que portaba, cómo se quitaba los zapatos y la camisa.
 A menudo ella había pensado en su padre como un hombre atractivo, entendía por qué su madre se había enamorado de él a primera vista; pero ahora sólo podía contemplar con ojos aterrados a aquel hombre rubio de tez blanquecina y ojos negros como la noche, temiendo lo que sucediera a continuación.
 El hombre subió de nuevo a la cama y se colocó sobre la muchacha, comenzó a pasar la lengua por todas las partes del cuerpo agarrotado de la joven: los pechos, las piernas, el cuello, la cara y, finalmente, la entrepierna. Ahogó un grito aterrado cuando el hombre hundió la lengua en su sexo, no podía evitar llorar. Tras unos segundos ahí abajo, el ebrio hombre no pudo más y, a la vez que hundía su miembro en ella, la miraba a los ojos con una mirada lujuriosa y obscena.

 -¿Vas a volver a desobedecer? -Preguntaba el borracho.

 La joven lloraba, no podía pronunciar ninguna palabra, la mordaza y la brutalidad de su padre la amedrentaban tanto que tan sólo podía centrarse en no desmayarse. Quería morir, quería gritarle a aquel hombre que ya no era su padre, que la soltara. Tan solo deseaba desaparecer.

 -Esto va a gustarte, pequeña. Verás que, cuando lleguemos al final, querrás gritar de placer.

 No sentía placer alguno, sólo terror. Aquel hombre la manoseaba, lamía su piel, le apartaba el pelo de la cara.
 Finalmente, tras unos minutos que a ella le parecieron siglos, sintió cómo un líquido espeso y caliente inundaba su interior. El hombre rubio agarró los senos de la joven, apretándolos tanto que le hacía daño, justo en aquel momento.
 Tras esto, el borracho salió de la muchacha, le quitó el camisón de la boca y le dio un asqueroso beso en el que ella pudo sentir la lengua alcoholizada de aquel hombre.

 -No vuelvas a desobedecer a tus padres, señorita. La próxima vez recibirás un castigo peor -aseguraba mientras se volvía a vestir.

 El hombre se marchó de la habitación, dejando a la joven desnuda y con sangre entre las piernas.
 Quería morir.

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